¿El negocio teatral?
¡Está muy mal!
¿El negocio editorial?
¡Está muy mal!
Todo negocio es fatal,
en general…
La modista, el sombrerero,
el sastre y el zapatero,
el impresor y el barbero,
el cosechero,
el tendero:
todos pierden su dinero,
en perder no hay variaciones…
¡Déjense ya de canciones,
si todos ganan millones,
so guasones,
qué me van a mí a contar!...
Yo nunca he podido ahorrar,
pensar tal es desatino,
y ustedes gastan sin tino
y, aun así, pueden guardar:
señálenme ese camino
tan divino,
y a ver
si lo puedo recorrer…
Que, en cuanto a mí,
juro aquí
que si continúo así
me compraré un berbiquí,
dos ganzúas y otras cosas
sospechosas,
y me voy a dedicar…
¡a lo que el lector se puede figurar!...
(La Correspondencia de España, 9 enero 1922)
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