lunes, 2 de mayo de 2011

Un ratero arrepentido

He visto en un telegrama,
que ayer un juez valenciano,
fue a tirarse de la cama
cuando acostumbra: temprano,

y al extender su mirada
por la sábana impecable,
lanzó un grito formidable.
Convenientemente atada

en un rollo, con bramante,
había una cantidad
muy crecida. ¡Ni en Bagdad
pasa nada semejante!

Meditó el juez un momento
sobre tan raro presente,
y pensó que un delincuente,
lleno de remordimiento,

o arrepentido, tal vez,
de su miserable acción
ideó la solución
de darle el dinero al juez.

¡Vaya un caso de conciencia!
¡Qué ratero más cabal!
¡Tal cosa, por nuestro mal,
no ocurre más que en Valencia!...

Si sucediese en Madrid
una cosa parecida,
había dado en el quid
de no escribir en mi vida.

Pues para ganar dinero
bastaba entreabrir la puerta
de mi casa, y, ya entreabierta,
esperar a que un ratero

sintiese remordimientos,
y así tendría seguros
a toneladas los duros
y las pesetas a cientos.


(La Correspondencia de España, 30 diciembre 1921)

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