Hay una anécdota curiosa en relación con el final de Las siete vidas del gato. Se escuchaba un tiro y uno de los personajes de una habitación muy concurrida caía al suelo, herido por la bala. La concurrencia del estreno, instantáneamente, comenzó a silbar y a patear. Evidentemente, no quería que su humor festivo se viese empañado por un elemento dramático.
–¿Qué está pasando aquí? –se preguntaba el empresario, sin entender nada de todo aquello–. Han estado celebrando, riendo y aplaudiendo toda la obra y, al final, esto.
–Pasa –aclaró Jardiel– que la gente no quiere sufrir.
–¡Pero esto significa un fracaso! Un pateo al final de la obra provoca la impresión de que la obra no ha gustado en absoluto. Tienes que hacer algo –le apremió–. Tienes que eliminar el tiro, para evitarnos problemas.
–No se puede eliminar –respondió el autor–. Es un elemento esencial en el argumento de la obra. Ese personaje debe morir y no hay otra manera de hacerlo.
–Pero, si no lo cambias, vamos a la ruina. ¡La obra será un fracaso!
Jardiel se echó a reír.
–En absoluto –aseguró–. Verás cómo lo arreglo fácilmente.
–Tendrás que escribir la escena de otra forma, meter chistes, justificar cosas, algo...
–No tendré que añadir ni una sola palabra al texto.
–¿Qué dices?
–Ya lo verás: confía en mí.
Al día siguiente, Jardiel dio una sencilla instrucción a los actores.
En la escena cumbre de la obra sonó el tiro de rigor.
Y no uno, sino todos los personajes que se hallaban en escena en el momento del clímax –unos veinte– cayeron al suelo. El público prorrumpió en carcajadas al ver que todos creían haber sido alcanzados por el disparo.
Y luego, ¡naturalmente!, sólo se levantaron diecinueve.
Las risas continuaron, el éxito no se vio empañado por nada y el personaje que tenía que morir, moría, como era su obligación.
(Enrique Gallud Jardiel: La ajetreada vida de un maestro del humor, ed. Espasa Calpe, 2001)
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