viernes, 7 de agosto de 2009

El vestido largo (monólogo)

El vestido largo

Escrito el 26 de marzo de 1920 para Amparo Robles, su primera novia, de aproximadamente 16 años, con motivo de su puesta de largo, y publicado en 1980.

Rosario es una muchachita de unos dieciséis años a quien, algo prematuramente, han puesto de largo sus padres. Está desesperada, con una rabia sorda y muda que la hace pegar en el suelo con el tacón de su zapatito; a pesar de eso, Rosario está sencillamente riquísima con su moño alto y su aspecto delicado de ingenua.

Sale por el foro, por la derecha o por la izquierda: la actriz elegirá la puerta más de su agrado, y con el entrecejo ligeramente fruncido le dirige al público esto que sigue y algunas cosas más.

Rosario.– (Muy compungida.)

El día, día fatal
en que la edad natural
me privó de ser lo que era
y pasé de tobillera
a ser persona formal
quedó grabado en mi mente
de un modo tan fehaciente
que aún recuerdo con horror
la llantina que el dolor
me hizo verter inclemente.
Pues como yo suponía,
esta estúpida manía
que tienen nuestros papás
nos daña bastante más
que daña una pulmonía.

(Dirigiéndose a las damas del público.)

Y, por si entre estas señoras
existen espectadoras
con posible descendencia,
les dicto con complacencia
las causas comprobadoras.
Yo de mí les sé decir
que en el modo de vestir
que adopta toda mujer
está, como van a ver,
la alegría del vivir,
pues yo, siendo tobillera,
tan alegre y feliz era
como ahora soy desgraciada
con esta moda endiablada
de muchacha casadera.
Llevando corto el vestido,
(Se sube un poquito la falda.)
suelto el pelo, y recogido
con bucles a los dos lados,
pecho y brazos descotados
con artístico descuido;
mostrando las pantorrillas
de los pies a las rodillas
calzadas en negras medias
(medias que enseñan a medias
las sonrosadas canillas)
y llevando con constancia
un aire de ingenuidad
y de supina ignorancia,
como acostumbra la infancia
a llevar en esa edad,
con un poco de fortuna
los hombres se van tras una
víctimas de un amor ciego,
sin perjuicio de que, luego,
como premio a su querencia
les dejemos a la luna,
a la luna de Valencia.

(Pausa.)

Y, pues queda demostrado
que la mujer ha soñado
siempre con verse asediada
por toda una carretada
de siervos que haya flechado
con la luz de su mirada,
nada mejor que esta edad
todo candor y bondad,
libre de toda inquietud
y llena de juventud,
de gracia y de libertad.
Porque, ¿qué mujer podría
cuando se sube al tranvía
(Con aire muy respetable.)
enseñar la pierna entera
con gentil coquetería
«si no fuese tobillera»?
¿Qué mujer habrá llegado,
viendo a un hombre de su agrado,
a sonreírle hechicera
con infantil desenfado,
«si no fuese tobillera»?
¿Qué mujer habrá podido
besar a algún conocido
en la calle, en plena acera,
libre de escándalo y ruido,
«si no fuese tobillera»?
¿Qué mujer, por fin, podrá
estar libre de mamá
para hacer lo que ella quiera
sin tacharla de ligera
ni aconsejarla papá
«si no fuese tobillera»?

Y la muchacha formal
tiene un aire señorial,
no ríe, no se divierte,
y, cuando en la casa advierte
algo que ella encuentra mal,
adopta un gesto estatuano,
riñe a los niños y a Blasa
–que es la criada– y se pasa
el mes junto al calendario
contando el gasto diario
y haciendo de ama de casa.

(Muy enfadada.)

Y yo por eso no paso,
prefiero mi libertad
a esa tonta seriedad
de la que nadie hace caso,
y como abjuro ese cargo
me declaro en rebeldía,
destrozo el vestido largo
y persisto en mi manía
de seguir mi vida entera
siendo –siempre– tobillera;
y en cuanto yo tenga hijas
les forzaré las clavijas
y... las vestiré de encargo,
que, aunque el trance sea amargo,
conseguiré lo que quiera
yendo yo de tobillera
y vistiendo ellas de largo.

(Hace un mohín de rabia y se va por donde entró; si el público la aplaude debe salir a sa­lu­dar, si no se irá a su cuarto a vestirse de calle y yo la acompañaré en el senti­miento.)

TELÓN

No hay comentarios: