domingo, 9 de agosto de 2009

Agua, aceite y gasolina - Datos técnicos

AGUA, ACEITE Y GASOLINA

Comedia en cuatro actos.

Nº de personajes: 16 (9 femeninos + 7 masculinos).
[Esperanza, Estela, Brunequilda, "Cosqui", Mª Leticia, Laurencia, Pepa, Rosenda, Teófila // Mario, Bal­do­mero, Rocinante, Sarols, Quintín, Pascual, Leopoldo].
Escenario: Acto 1º, campo, a 30 kilómetros de la capital. Acto 2º, 3º y 4º, salón-despacho en una casa de Madrid.
Época: Actual.
Secuencia temporal:Acto 1º, una noche de otoño, hacia las doce; Acto 2º, seis meses después, un día de mayo; Acto 3º, veinticuatro horas más tarde, hacia las nueve de la noche; Acto 4º, una semana más tarde, a finales de junio, a las once de la mañana.

Sinopsis: Una muchacha zafia y malhablada ha de sustituir a una mujer culta y refinada ante el enamorado de ésta.
Argumento: Mario se ha citado en una gasolinera para fugarse con su amante Mª Leticia, una mujer casada. Pero ésta le deja plantado y le hace llegar una carta de despedida. Mario cae en una depresión cercana a la locura a la que sus allegados tratarán de poner fin, ayudados por el doctor Sarols, quien propone que una chica rústica y holgazana, pero con cierto pare­cido físico con Mª Leticia, se haga pasar por ésta ante los ojos de Mario, circunstancia en la que colaborará hasta el propio esposo de Mª Leticia.
Desarrollo de las escenas:
[Acto 1]
Mario llega a medianoche a una gasolinera en medio de la carretera. El empleado le sirve gasolina y le re­visa el aceite, al tiempo que trata de sonsacarle información sobre el motivo de su presencia allí. Dialogan sobre la filosofía de la vida. Mario confiesa al fin que está enamorado y que ha quedado citado en ese lu­gar con una mujer esa misma noche. Se muestra feliz e incluso se atreve a cantar una copla. El empleado le desvela que esa mujer ya ha estado allí, dejando una carta para él. Mario lee la carta en donde Mª Le­ticia, su amante, confiesa que se marcha para siempre y que es casada. Mario se derrumba moralmente.
[Acto 2]
El ama de llaves de Mario, una anciana charlatana, llora desconsolada ante las desgracias que le su­ce­den al señor. Se ha dado aviso por carta a cierta persona que quizá pueda solucionarlo todo. Entra Mario, au­sente, comportándose de forma extraña, lo que provoca de nuevo el llanto de la anciana. Un criado trae a la Cosqui, la chiquilla que ha ido a llevar la carta, diciendo simplezas. Explica que ha en­tregado la carta, pero que el destinatario no parecía médico sino detective, a juzgar por su atuendo. Al parecer es la forma en que el doctor suele ocultar su personalidad para no levantar sospechas. La Cosqui mira un retrato de Mª Leticia y comenta que a ella le gustaría ser así de mayor, aunque de esa forma tendría que lavarse a dia­­rio, cosa que odia. Entra Sarols, el médico, vestido de detective, ha­ciendo ver que está allí para es­cla­re­cer un crimen que podría haber sido cometido por Mario, con el fin de demostrar su inocencia. Habla con Rocinante, un criado al que ya conoce, preparándolo todo para hablar con Mario, y también con Espe­ranza, mujer abnegada que ama desinteresadamente a Mario, con quien comenta particulares de la en­fer­medad que aqueja al dueño de la casa. Indaga los antece­dentes familiares de Mario y se muestra dispuesto a enfrentar a Mario con una mujer que suplante a Mª Leticia y que tenga con ella cierto parecido físico, pen­sando que con ello se desilu­sio­nará y se le quitará esa obsesión. Y para ello piensa recurrir a la Cos­qui, que al menos tiene los ojos del mismo color que la tal Mª Leticia. Cuando entra Mario, Sarols le acusa del crimen, cosa que él, con sus lapsus mentales, no es capaz de desmentir. Mario le habla de su amada, y el doctor dice saber de quién se trata, pues al parecer la conoce y le consta que aún ama a Mario. Finge una llamada de teléfono en donde queda esclarecido el imaginario crimen de que acusaba a Mario, mientras que éste, al tener noticias de Mª Leticia, rompe a reír a carcajadas. Entra Esperanza con la Cos­qui, quien al ver a Mario tan guapo parece dejarse convencer de que debe convertirse en una señorita ele­gante y fina.
[Acto 3]
Se espera la llegada de Mª Leticia, es decir, de la Cosqui, cuyo cambio físico ha sido espectacular, aunque tienen dudas acerca del éxito de la empresa. Mario está impaciente por volver a ver a su amada después de tantos meses. Sarols explica a Leopoldo, el esposo de la verdadera Leticia, cuál es el plan y cuál su misión allí, aunque ocultándole lógicamente ciertos detalles que afectan a la relación senti­mental que ambos han mantenido. Entra la Cosqui, ensayando actitudes y frases que Sarols le ha ido sugiriendo, aunque ella de vez en cuando se equivoca y vuelve a expresarse de forma vulgar. Llega Mario y al ver a la Cosqui así ata­viada, cree que en efecto se trata de Mª Leticia. Leopoldo representa su papel de esposo burlado y declara que está dispuesto a abandonar a su esposa, para que sea feliz junto a Mario, cosa que éste acaba por creerse. Quedan solos Mario y la Cosqui, mientras Sarols los es­pía desde lejos. Ella sigue las ins­truc­ciones que le han dado, pero en seguida empieza a decir algunas incorrecciones y a olvidarse de cuanto Sarols le ha recomendado. Pero Mario, absorto, no se da cuenta de la extraña forma de hablar de la Cos­qui, y sigue creyendo estar ante Mª Leticia.
[Acto 4]
La madre de la Cosqui se ha plantado en la casa creyendo que tienen secuestrada a su hija, pues no ha vuelto a su antiguo hogar. La servidumbre trata de contenerla. Al fin aparece la Cosqui, muy elegante, y se en­cara con su madre, explicándole cuáles son sus intenciones. La madre se enfurece pensando que ha perdido la decencia. Ella le comenta que Mario la ha tomado por Mª Leticia, y que se van a casar, pues el esposo de ésta ha caído muy enfermo. Entra Mario con Sarols, quien ha empezado a darse cuenta de que le gusta Esperanza hasta el punto de que le ha propuesto matrimonio. Irrumpe en escena la autén­tica Mª Le­ticia, dispuesta a abrirle los ojos a Mario y a fugarse con él definitivamente, aunque el ama de llaves le advierte que eso le dejaría loco para siempre y que ahora es feliz con la otra chica. Mª Leticia duda de que ese engaño pueda mantenerse mucho tiempo. Sale Mario y se dirige a ella con naturalidad, sin distinguirla de la 'falsa' Mª Leticia, incluso le comenta que le gusta más ahora que hace seis meses, sobre todo en lo que se refiere al carácter. Mª Leticia se siente dolida y se marcha definitivamente. Y Sarols regresa para co­municar que Esperanza ha dicho que sí a su propuesta de matrimonio.

Comentario: Es probablemente la gran olvidada de las comedias de Jardiel, y, a pesar de su ti­tulo desafortunado, es una pieza salpicada de ingenio, de lirismo, de comicidad, y en la que no se pierde el interés en ningún momento.
Los diálogos son excelentes a lo largo de toda la obra, y no faltan los parlamentos largos para lu­cimiento de algunos actores. El primer acto -que más bien tiene características de pró­logo- re­bosa sabiduría y plantea una hermosa tesis, en la que se compara al ser humano con un motor, de forma que el agua es la salud, que Dios da y quita a su voluntad; el aceite es el dinero, que todo lo suaviza; y la gasolina es el amor, lo más importante en definitiva porque como agua se puede emplear vino, sin aceite se funciona mal aunque se chirríe un poco, pero sin gasolina-amor no andan ni los mo­tores ni las personas.
Respecto al resto de la comedia, es sorprendente comprobar una vez más cómo los recursos hu­morísticos que saca Jardiel de la chistera de su ingenio son ilimitados. Basta fijarse en algunos de los personajes de la misma, dignos de la mejor antología: así, la Cosqui, por su­puesto, que lo mismo pega el regaliz chupado a un mueble para ver cómo sabe después, que se lamenta de que para ser importante haya que lavarse todos los días; Rocinante, el criado un tanto masoquista que odia su apodo pero en cambio pide que le llamen por él cuando se le nombra por su nombre ver­dadero; Estela, la criada que todo lo dice mal, al revés, apli­cando una sintaxis un tanto pe­cu­liar; Brunequilda, la anciana charlatana a la que hay que callar con las grabaciones de sus pro­pias parrafadas; o cómo no, el inefable doctor Sarols, que se pasa media obra leyendo de sos­layo lo que previamente ha escrito en una libreta.
Y hablando de personajes, hay que resaltar por un lado, la existencia de dos Mª Leticias, una la auténtica, la esposa de Leopoldo Velasco, que hace su aparición al final de la pieza, y la otra, la que simula ser la Cosqui, y a la que Mario sin embargo acabará prefiriendo, debido a su ca­rácter más abierto y sencillo. Por supuesto, ambas son interpretadas por la misma ac­triz. Este recurso más o menos tiene un doble precedente jardielesco en Los habitantes de la casa des­ha­bitada, con los personajes de Luciano y Melanio, por un lado periodistas y por otro con­tra­ban­distas, y en Eloísa, con un Dimas que es a la vez un criado y un policía dis­fra­zado en forma idén­tica al primero.
El personaje de perfiles más inciertos es Esperanza, que -en contra de lo que su nombre in­dica- ama a Mario sin esperanza alguna de ser correspondida, pero no queda muy clara su presencia en casa de éste, pues no es ni del servicio doméstico, ni familiar, ni por supuesto dueña de la misma. Aunque acaba aceptando la proposición de matrimonio que le hace el doc­tor, es obvio que no le ama ni le amará nunca, y si accede a ello debe ser por una mezcla de despecho y de desesperación ante lo que jamás podrá conseguir.
Hay un detalle referente a Mario que no acaba de quedar explicado del todo, y es el relativo a la posible enfermedad hereditaria que padece, en concreto la epi­lepsia. Durante la obra hay alguna referencia velada a este asunto -que por cierto fue objeto de uno de los mayores pa­teos el día del estreno-, cuando el doctor Sarols inquiere acerca de los antecedentes fami­liares del prota­go­nista, y le comentan que su madre falleció de un ataque cerebral producido por una insolación. El doctor comenta, casi para sí: Sería muy curioso saber si hacía sol el día que ella tuvo la insolación, para a continuación aclarar que son tonterías suyas. Pero Jardiel, como muy bien explica él mismo en las notas introductorias a su co­media, quería dar a entender que el doctor sos­pechaba que había otra causa oculta detrás de aquella muerte. El público del estreno, al que hay que suponer totalmente carente de conocimientos mé­dicos, debió de pensar, sin em­bargo, que en efecto aquello era una tontería dicha sin venir a cuento, lo que le valió a Jardiel que se desataran las iras del 'respetable'.
Un aspecto que quizá no encaja bien es la diferencia de edad de la Cosqui respecto de María Le­ticia, pues la primera, según las acotaciones, ronda los 14 años, mientras que la segunda, cuya edad no se especifica, está sin embargo casada y ya de vueltas de todo, por lo que cabe su­po­ner que el aspecto físico de una y de otra en nada sería parecido, a no ser en el color de los ojos.
Como detalle curioso, y para terminar, hay que dar cuenta de un anacronismo sin im­por­tancia que comete Jardiel a la hora de esta­blecer el tiempo en que transcurre la acción del acto 4º, pues acae­ciendo el 3º en mayo, el 4º tiene lugar “una semana después, a finales de junio”, lo que a todas luces es imposible.
Pero un detalle tan nimio como este apenas si empaña esta magnífica comedia, que sin em­bargo y por cuestiones extra-teatrales, fue cruelmente pateada el día de su estreno.

Estreno: Por la compañía González-Vico-Carbonell en el teatro de la Zarzuela de Madrid el 27 de fe­brero de 1946.
Reparto: Antonio Vico (Mario Mariani), Julio Sanjuán (Baldomero), Pilar Biener (Esperanza), Carmen Villa (Brunequilda Mendívil), Pedro Alburquerque (Rocinante), Manuel González (Sarols), Pa­quita Ga­lle­go (“Cosqui”, Mª Leticia), Carmen Norro (Laurencia), Carmen Henche (Pepa), Charito Gallego (Ro­senda), Felipe Neri (Quintín), Luis Santonja (Pascual), Mercedes Sillero (Estela), Antonio Armet (Leo­poldo), María Luisa Arias (Teófila).
Decorados: Redondela.
Crítica del estreno: Constituyó un verdadero tumulto; ya a los 5 minutos de alzarse el telón un sec­tor del público inició un furioso pateo, neutralizado por ovaciones de otro sector. Estos he­chos se repitieron varias veces a lo largo de toda la representación.
La crítica profesional fue unánime en contra de la obra, a excepción de Marqueríe.

Obras inspiradas en esta comedia:
Manuel Ariza Viguera ve influencias de esta pieza en la comedia La boda o la chica, de Álvaro de Laiglesia: un joven se vuelve loco por amor hacia una chica que se iba a casar al día si­guiente e intenta sui­cidarse. Llega un médico y aconseja que para curarle lo mejor es hacer como que ella lo quiere, pero presentándola desfigurada para que él se desengañe: Pero, a pesar de todo, la sigue queriendo igual y al final acaban por casarse previa renuncia del novio en su favor.

Publicaciones:
- Agua, aceite y gasolina y dos "mezclas" explosivas más, Biblioteca Nueva, 1946, 2006.
- Obras completas, AHR, 1958, 1960, 1963, 1965, 1967, 1969, 1970, 1971, 1973.
- Obras Selectas, Biblioteca Nueva, 2003, 2004.


LA CRÍTICA HA DICHO:

La base del tema de Agua, aceite y gasolina no es original de Jardiel, pero sí lo es su desarrollo. El asunto es el mismo que el de Pigmalión, de Bernard Shaw. Jardiel sostuvo la supremacía de su comedia sobre la de Shaw basándose que es mucho más lógico, más humano, que la Cosqui no aprenda a hablar bien, aunque se refine por de fuera –limpieza, traje, etc.-. Ahora bien, Jar­diel emite un juicio demasiado apasionado ya que es lógico el cambio lingüístico de la prota­go­nista de Pigmalion, porque ha tenido un profesor de fonética, mientras que en la Cosqui resul­taría a todas luces anormal. Por otra parte, la obra de Shaw está precisamente en función de este cambio, es casi la base del argumento, mientras que en Jardiel no sucede así; es más, nuestro autor se sirve de esta conservación del hablar vulgar de la protagonista para resaltar aún más la visión poética que del amor se hace en la comedia, pues Mario, el protagonista, no se da cuenta de las equivocaciones lingüísticas de la Cosqui, porque, según se dice en la obra, el amor se lo impide.
(Manuel Ariza)

¬ ¬ ¬

Agua, aceite y gasolina que, a mi modesto entender, fue sin razón ninguna, un estreno “tem­pestuoso”, provocado por cierta camarilla, envidiosa y rencorosa, que no perdonaba al autor su es­píritu independiente y su osada originalidad, puede ser releída o repuesta con mucha más se­re­nidad que en los ya lejanos tiempos de su estreno. El tema de la locura del protagonista y de la farsa puesta en acción por el doctor Sarols, para que recobre la razón. La graciosísima inter­vención de “Cosqui”, la chica que dice al revés todo lo que le han enseñado, pero que ayu­dada por la ilusión de Mario acabará demostrando la superioridad de lo fingido sobre lo verda­dero -in­­de­cible e inefable lección de la comedia-, son, con otros muchos factores, prenda de cuanto decimos. El trasfondo de poesía y de ternura que se advierte en todo el teatro jardielesco se acen­túa en esta comedia que el propio autor calificó de neo-romántica, ya que como queda in­dicado el protagonista se vuelve loco de amor o por el amor, y recobra la cordura gracias a otro sentimiento también de honda raíz espiritual.
(Alfredo Marqueríe)

¬ ¬ ¬

En
Agua, aceite y gasolina donde la ilusión vence sobre engaños y ficciones y donde es curioso consignar que el movimiento de decorado que acompaña a uno de sus personajes, cuando baila el vals, coincide exactamente con el luego empleado por el checoslovaco Svoboda, uno de los más modernos realizadores escénicos del mundo, que repite exactamente lo que intuyó Jardiel hace 18 años.
(Alfredo Marqueríe)

¬ ¬ ¬

Agua, aceite y gasolina, en lo que afecta a la “forma”, es -y no precisa demostrarse que lo es, pues lo axiomático cae fuera de toda demostración- una comedia rectilínea, rigurosamente rec­ti­línea: tan rigurosamente rectilínea, que, atendiendo nada más que a ello, y considerada lo abun­dante, lo exuberante, de la “manera” de su autor: considerada la riqueza de incidentes, tipos epi­­sódicos, acciones paralelas y situaciones complementarias de que están rebosantes todas las comedias de Jardiel, nada más puede equipararse ésta a un único precedente que en toda su la­bor escénica existe: a una sola de sus invenciones escénicas, igualmente rectilínea. Nos re­fe­rimos a Las cinco advertencias de Satanás.
Ambas comedias tienen -además- la identidad, también excepcional en la producción de Jardiel Poncela, de que lo poético y lo tierno mana a la vista, de un modo directo y emergido, en vez de fluir -como sucede en sus restantes obras- ocultamente, subterráneramente y proyectado en for­ma indirecta -como un rayo de sol captado por un espejo- al través de la bruñida superficie del humorismo más desatado.
(Enrique Jardiel Poncela)

No hay comentarios: