El otro día al pasar
por la calle de Bailén,
me vi obligado a escuchar
de labios de un pollo bien
una gracia trasnochada
que le dijo a una señora,
y ésta, que era encantadora,
se alejó ruborizada.
Porque la gracia en cuestión,
¡oh, la española hidalguía!,
sólo era una grosería
indigna de esta nación.
A poco le doy un lapo…
Y yo defiendo el piropo,
mas cubierto con un tropo,
¡no cubierto con un trapo!
Una mujer distinguida
agradece esta salida,
dicha con un sombrerazo:
“Tiene usted una caída
de ojos que es un batacazo…”
Y a toda mujer da risa
si con picardía aviesa
y con gracia salerosa
se la murmura con guasa:
“Cuando usted pasa no pisa,
y cuando pisa no pesa.
Si quiere, a mi lado posa
en la calle de la Pasa”.
Pero a lo que no hay derecho
estimados caballeros,
es a mostrarnos groseros
con la que el Señor ha hecho
para delicia del hombre…
¡Mujer! Letras deliciosas,
que forman, juntas, el nombre
de la diosa de las diosas…
Mujer, a tus pies estamos;
con esas letras nos cetras…
Nadie protesta esas letras…
¡todos, todos las pagamos!
(Publicado en La Correspondencia de España, 5 enero 1922)
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